[Published in CTS - Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad, Mayo 2005, Vol. 2, N. 5, pages 109-
123].
Teoría crítica de la
tecnología*
Andrew Feenberg (feenberg@sfu.ca)
Simon Fraser University, Canadá
Este artículo resume los aspectos centrales de la filosofía de la
tecnología de Andrew Feenberg y la ilustra con ejemplos del mundo de la informática.
Según esta propuesta, la cuestión central de la filosofía de la tecnología es
la preeminencia de la administración tecnocrática y la amenaza que ésta plantea
para el completo ejercicio de la agencia humana. El análisis de esta cuestión
se lleva a cabo desde la teoría de la instrumentalización, elaboración que se
nutre críticamente tanto de comprensiones provenientes de la filosofía de la
tecnología esencialista así como del constructivismo de historiadores y
sociológicos.
Palabras clave: tecnocracia,
instrumentalización, código técnico, resistencia.
This article summarizes the
key aspects of Andrew Feenberg’s philosophy of technology, and illustrates it
with examples from the world of computerization. According to this proposal,
the central issue of philosophy of technology is the preeminence of
technocratic administration and the threat that it poses for a full performance
of human agency. The analysis of this issue is carried out in terms of the
instrumentalization theory, an approach critically nourished both of insights
coming from essentialist philosophy of technology and constructivism of
historians and sociologists.
Key words: technocracy, instrumentalization, technical code, resistance.
1. Tecnología y finitud
¿Qué es lo que hace a la acción técnica diferente a otras relaciones con la realidad? Esta pregunta es respondida, a menudo, mediante nociones tales como eficiencia y control, que son ellas mismas internas al abordaje técnico del mundo. Juzgar a una acción como más o menos eficiente es ya haber determinado que es técnica y que es, por lo tanto, un objeto apropiado para tal juicio. Asimismo, el concepto de control implicado en la técnica es “técnico” y, de ese modo, no es un criterio distintivo. Existe una tradición en la filosofía de la tecnología que resuelve este problema invocando el concepto de “dominación impersonal”, hallado por primera vez en la descripción de Marx del capitalismo. Esta tradición, asociada con Heidegger y la Escuela de Frankfurt, resulta demasiado abstracta para satisfacernos actualmente, si bien identifica una característica extraordinaria de la acción técnica (Feenberg, 2004). Formulo esta característica en términos de sistemas teoréticos, distinguiendo la situación de un actor finito de la de un actor hipotéticamente infinito, capaz de un “hacer desde ningún lugar”.[1] Este último puede actuar sobre su objeto sin reciprocidad. Dios crea el mundo sin sufrir ningún retroceso ni efectos colaterales. Se trata de la última instancia de jerarquía práctica que establece una relación en un solo sentido entre actor y objeto. Pero no somos dioses. Los seres humanos pueden actuar solamente en un sistema al cual ellos mismos pertenecen. Esta es la relevancia práctica de la corporeidad. En consecuencia, cada una de nuestras intervenciones vuelve a nosotros de alguna forma como un feedback de nuestros objetos. Esto es obvio en la comunicación cotidiana, en cuyo marco generalmente el enojo convoca al enojo, la cortesía a la cortesía, etcétera.
La acción técnica representa un escape parcial a la condición humana.
Llamamos “técnica” a una acción cuando el impacto sobre el objeto está fuera de
toda proporción con el feedback que
afecta al actor. Nos lanzamos dentro de dos toneladas de metal por la
autopista, sentados confortablemente mientras escuchamos a Mozart o a los
Beatles. Este típico caso de acción técnica se expone aquí con la intención de
escenificar la independencia del actor con respecto al objeto. En un esquema de
cosas más amplio, el conductor que va por la autopista puede hallarse
apaciblemente en su auto, aunque la ciudad que habita con otros millones de
conductores es su entorno vital, y el automóvil la modela como un tipo de lugar
con grandes impactos sobre él. Así, en definitiva, el sujeto técnico no escapa
a la lógica de la finitud. Sin embargo, la reciprocidad de la acción finita
está disipada o diferida de modo tal de crear el espacio para la necesaria
ilusión de trascendencia.
Heidegger y Marcuse entienden esta ilusión como la estructura de la
experiencia moderna. De acuerdo con la historia del ser de Heidegger, la
moderna “revelación” está sesgada por una tendencia a tomar cada objeto como
una materia prima potencial para la acción técnica. Los objetos entran en
nuestra experiencia sólo en la medida en que nos fijamos en su utilidad dentro
del sistema tecnológico. La liberación con respecto a esta forma de experiencia
puede provenir de un nuevo modo de revelación, pero Heiddeger no tiene idea de
cómo las revelaciones aparecen y desaparecen.
Al igual que Marcuse, yo no relaciono la revelación tecnológica con la
historia del ser, sino con las consecuencias de las divisiones que persisten
entre las clases y entre los dominadores y los dominados en todo tipo de
instituciones técnicamente mediadas. La tecnología puede ser y es configurada
de un modo tal que reproduce el dominio de pocos sobre muchos. Es una
posibilidad inscripta en la propia estructura de la acción técnica, que
establece una relación unidireccional entre causa y efecto.
La tecnología es un fenómeno con dos caras: por un lado el operador, por
el otro el objeto. Allí donde el operador y el objeto son seres humanos, la
acción técnica es un ejercicio de poder. Más aún: allí donde la sociedad está
organizada en torno a la tecnología, el poder tecnológico es la principal forma
de poder social, realizado a través de diseños que estrechan el rango de
intereses y preocupaciones que pueden ser representados por el funcionamiento
normal de la tecnología y las instituciones dependientes de ella. Este estrechamiento
deforma la estructura de la experiencia y es causa de sufrimiento humano y de
daños al medio ambiente natural.
El ejercicio del poder técnico concita resistencias de un nuevo tipo, inmanentes
al sistema técnico unidimensional. Los excluidos del proceso de diseño
finalmente toman nota de las consecuencias indeseables de las tecnologías y
protestan. Abrir la tecnología a una gama más amplia de intereses y
preocupaciones podría llevar a su rediseño, para hacerla más compatible con los
límites humanos y naturales relativos a la acción técnica. Una transformación
democrática desde abajo puede acortar los ciclos de feedback provenientes de las deterioradas vidas humanas y la
naturaleza y liderar una reforma radical de la esfera técnica.
2. Teoría de la instrumentalización
Gran parte
de la filosofía de la tecnología ofrece relatos muy abstractos y ahistóricos
sobre la esencia de la tecnología. Tales relatos parecen dolorosamente magros
comparados con la rica complejidad que se revela en los estudios sociales de la
tecnología. Ésta, sin embargo, posee las características distintivas esbozadas
arriba, que tienen implicancias normativas. Como Marcuse argumentó en El hombre unidimensional, la elección de
una solución técnica, en lugar de política o moral, para un problema social es
política y moralmente significativa. El dilema está agudamente tallado en
términos políticos. La mayor parte de la filosofía de la tecnología
esencialista es crítica hacia la modernidad, incluso antimoderna, mientras que
la mayor parte de la investigación empírica sobre tecnologías ignora la
cuestión amplia de la modernidad y, así, aparece como acrítica, incluso
conformista, para los filósofos de la tecnología (Feenberg, 2003).
Hallo difícil explicar mi solución a este dilema, ya que traspasa líneas
más allá de las cuales no estamos acostumbrados a adentrarnos. Estas líneas
separan completamente la crítica sustantivista de la tecnología, tal como la
encontramos en Heidegger, del constructivismo de muchos historiadores y
sociólogos contemporáneos. Por lo general, se ve a tales abordajes como
totalmente opuestos. Sin embargo, en ambos hay algo que es obviamente correcto.
Por lo tanto, he intentado combinar sus insights
en un marco común al que llamo “teoría de la instrumentalización”.
La teoría de la instrumentalización sostiene que la tecnología debe ser
analizada en dos niveles: el nivel de nuestra original relación funcional con
la realidad y el nivel del diseño y la implementación. En el primer nivel
buscamos y encontramos saliencias (affordances)
que puedan ser movilizadas en mecanismos y sistemas mediante la
descontextualización de objetos de la experiencia y la reducción de los mismos
a sus propiedades usables. Esto involucra un proceso de des-mundanización (Entweltlichung), por el cual los objetos
son arrancados de sus contextos originales y expuestos al análisis y la
manipulación, mientras los sujetos se posicionan para un control a distancia.
Las sociedades modernas son únicas en la des-mundanización de los seres
humanos, para sujetarlos a la acción técnica –lo que llamamos gerenciamiento- y
en la prolongación teórica del gesto básico de la des-mundanización en
disciplinas técnicas que se convierten en las bases de redes técnicas
complejas.
En el segundo nivel introducimos diseños que pueden ser integrados con
otros mecanismos y sistemas ya existentes y con diversas constricciones
sociales, tales como los principios éticos y estéticos. El nivel primario
simplifica los objetos para su incorporación en un mecanismo, mientras que el
nivel secundario integra los objetos simplificados en un entorno natural y
social. Esto involucra un proceso que, siguiendo a Heidegger, podemos llamar
“desvelamiento” o “revelación” de un mundo. El desvelamiento involucra un
proceso complementario de realización que califica a la funcionalización
original mediante su orientación hacia un nuevo mundo que involucra a esos
mismos objetos y sujetos.
Estos dos niveles están analíticamente distinguidos. No importa cuán
abstractas sean las saliencias (affordances)
identificadas en el nivel primario, ellas portan un contenido social del nivel
secundario que se muestra en las contingencias elementales de un abordaje
particular sobre los materiales. De manera similar, instrumentalizaciones
secundarias tales como las especificaciones de diseño presuponen la
identificación de las saliencias (affordances)
que han de ser ensambladas y concretizadas. Estamos ante un punto importante.
Derribar un árbol para extraer de él madera y construir una casa con ella no son las respectivas
instrumentalizaciones primaria y secundaria. Derribar un árbol lo
“descontextualiza”, pero de acuerdo con diversas consideraciones técnicas,
legales y estéticas que determinan qué tipos de árboles pueden convertirse en
madera vendible de un cierto tamaño y forma. El acto de derribar un árbol no
es, en este sentido, simplemente “primario”, sino que involucra ambos niveles,
como se podría suponer de una distinción analítica.
La teoría se complica, no obstante, por la naturaleza peculiar de las
sociedades modernas y diferenciadas. Algunas de las funciones de la
instrumentalización secundaria se distinguen de modo institucional, más que
analítico. Así, la función estética, una importante instrumentalización
secundaria, puede ser segmentada dentro de una “división de diseño” de una
corporación. De este modo, los artistas pueden, hasta cierto grado, trabajar
sobre el producto independientemente de los ingenieros. La separación parcial
de los niveles de instrumentalización promueve la creencia de que éstos son
completamente distintos. Esto opaca la naturaleza social de cada acto técnico,
incluyendo el trabajo de los ingenieros liberado de consideraciones estéticas,
si no de muchas otras influencias sociales, por su entorno corporativo.
El análisis en el primer nivel está inspirado en categorías presentadas
por Heidegger y otros críticos sustantivistas de la tecnología. No obstante,
dado que yo no ontologizo esas categorías, ni las trato como una descripción
completa de la esencia de la tecnología, creo que soy capaz de evitar muchos de
los problemas asociados con el sustantivismo, particularmente su
antimodernismo. El análisis en el segundo nivel está inspirado en el estudio de
la tecnología en clave constructivista. Me centro especialmente en la forma en
la que los actores perciben los significados de los aparatos y sistemas que
diseñan y usan. Pero, una vez más, soy selectivo al abrevar en esta tradición.
No acepto su empirismo exagerado y en gran parte retórico ni su rechazo de las
categorías de la teoría social tradicional. En cambio, intento integrar sus insights metodológicos en una teoría de
la modernidad concebida de un modo más amplio.
3. Cultura
La filosofía de la tecnología desmitifica las afirmaciones sobre la necesidad racional y la universalidad de las decisiones técnicas. En los años ochenta, el giro constructivista en los estudios de la tecnología ofreció un abordaje metodológicamente provechoso para demostrar esto en una gran cantidad de casos concretos. Los constructivistas muestran que muchas configuraciones posibles de recursos pueden dar lugar a un aparato capaz de cumplir eficientemente su misión. Los diferentes intereses de los diversos actores involucrados en el diseño se reflejan en sutiles divergencias en la función y en las preferencias por uno u otro diseño de lo que es, nominalmente, el mismo aparato. Las elecciones sociales intervienen en la selección de la definición del problema, así como en su solución. La tecnología es socialmente relativa y el producto de las elecciones técnicas es un mundo que respalda el modo de vida de uno u otro grupo social influyente. En estos términos, las tendencias tecnocráticas de las sociedades modernas podrían ser interpretadas como un efecto de limitar los grupos capaces de intervenir en el diseño a los expertos técnicos y a las elites corporativas y políticas a las que sirven.
El constructivismo presupone que hay muchas soluciones diferentes para
los problemas técnicos. Es necesario, por lo tanto, contar con algún tipo de
meta-escala para elegir entre aquellas. En las explicaciones deterministas e
instrumentalistas, la eficiencia sirve como el único principio para establecer
una meta-escala. Sin embargo, los estudios contemporáneos de la tecnología
desafían esa mirada y sugieren que hay muchos factores, además de la
eficiencia, que juegan un papel en la elección del diseño. La eficiencia no es
decisiva para explicar el éxito o el fracaso de diseños alternativos, ya que en
los inicios de una línea de desarrollo usualmente compiten varias opciones
viables. La tecnología está “subdeterminada” o “subcondicionada” por el
criterio de eficiencia y es sensible a los diversos intereses particulares que
actúan en la selección entre estas opciones.
En mi formulación de esta tesis, sostengo que la intervención de
intereses no necesariamente reduce la eficiencia, pero sesga su logro de
acuerdo con un programa social más amplio. He introducido el concepto de
“código técnico” para articular esta relación entre las necesidades sociales y
las técnicas. Un código técnico es la realización de un interés bajo la forma
de una solución técnicamente coherente a un problema.
Allí donde tales códigos están reforzados por la percepción que los
individuos tienen acerca de su propio interés y de la ley, su significado
político generalmente pasa desapercibido. Esto es lo que significa decir que un
cierto modo de vida está culturalmente asegurado y que el poder correspondiente
es hegemónico. Así como la filosofía política cuestiona las formaciones
culturales que se han arraigado a sí mismas en la ley, la filosofía de la
tecnología cuestiona las formaciones que se han arraigado a sí mismas en
códigos técnicos.
Esta descripción ayuda a entender la naturaleza de las controversias
éticas que involucran a la tecnología en el mundo real. A menudo, éstas
encienden la supuesta oposición entre los estándares corrientes de eficiencia
técnica y los valores. He intentado mostrar que esta oposición es artificial,
que, con frecuencia, los métodos y estándares técnicos actuales fueron
formulados discursivamente alguna vez como valores, y que en algún momento del
pasado fueron llevados a los códigos técnicos que hoy damos por sentados. Este
punto es de suma importancia para contestar las así llamadas objeciones
prácticas a los argumentos éticos para la reforma social y tecnológica.
4. Autonomía operativa
Para buena
parte de la crítica de la sociedad tecnológica, Marx es actualmente
irrelevante, un anticuado crítico de la economía capitalista. Yo disiento. Creo
que Marx tuvo importantes insights para
la filosofía de la tecnología. Se concentró tan exclusivamente en la producción
porque ésta, en su tiempo, era la principal área de aplicación de la
tecnología. Con la penetración de la mediación técnica en cada esfera de la
vida social, las contradicciones y potencialidades que identificó en la
tecnología continúan. En mi trabajo procuro aplicar la teoría de Marx para
abordar el tema general del poder tecnocrático.
En Marx, el capitalista se distingue en última instancia no tanto por la
propiedad de la riqueza como por el control de las condiciones de trabajo. El
propietario de una fábrica no está interesado meramente en lo que ocurre con
ella, sino que posee también un interés técnico. Mediante la reorganización del
proceso laboral puede incrementar la producción y los beneficios. El control
del proceso laboral, a su vez, conduce a nuevas ideas acerca de la maquinaria;
con ello, se está cerca de la mecanización de la industria. Con el tiempo, esto
lleva a la invención de un tipo específico de maquinaria que resta capacidades
a los trabajadores. El gerenciamiento actúa técnicamente sobre las personas,
extendiendo la jerarquía de sujeto y objeto técnico a las relaciones humanas,
en la búsqueda de la eficiencia. Finalmente, los gerentes profesionales
representan, y en cierto sentido reemplazan, a los propietarios en el control
de las nuevas organizaciones industriales. Esto es lo que Marx califica como la
dominación impersonal inherente al capitalismo, en contraste con la dominación
personal de las anteriores formaciones sociales. Se trata de una dominación
incorporada en el diseño de herramientas y en la organización de la producción.
En la etapa final, que Marx no anticipó, las técnicas de gerenciamiento y
organización y los tipos de tecnología aplicadas en un principio al sector
privado son exportadas al sector público, donde influencian campos como la
administración de gobierno, la medicina y la educación. La totalidad del
entorno vital de la sociedad cae bajo el dominio de la técnica. De este modo,
la esencia del sistema capitalista puede ser transferida a los regímenes
socialistas construidos sobre el modelo de la Unión Soviética.
Todo el desarrollo de las sociedades modernas está así marcado por el
paradigma del control absoluto sobre el proceso laboral, sobre el cual descansa
el industrialismo capitalista. Es este control el que orienta al desarrollo
técnico hacia la pérdida del poder de los trabajadores y la masificación del
público. Llamo a este control “autonomía operativa”, la libertad del
propietario o su representante para tomar decisiones independientes acerca de
cómo manejar los negocios de la organización, sin tomar en cuenta los puntos de
vista o los intereses de los actores subordinados y del entorno comunitario. La
autonomía operativa del gerenciamiento y la administración los posiciona en una
relación técnica con el mundo, a resguardo de las consecuencias de sus propias
acciones. Asimismo, les permite reproducir las condiciones de su propia
supremacía en cada iteración de las tecnologías que comandan. La tecnocracia es
una extensión de tal sistema a la sociedad en su conjunto, en respuesta a la
difusión de la tecnología y del gerenciamiento a todos los sectores de la vida
social. La tecnocracia se acoraza contra las presiones públicas, sacrifica
valores e ignora las necesidades incompatibles con su propia reproducción y con
la perpetuación de sus tradiciones técnicas.
La tendencia tecnocrática de las sociedades modernas representa un
posible camino de desarrollo, que se ve peculiarmente truncado por las demandas
de poder. Creo que la tecnología tiene otros potenciales benéficos, suprimidos
bajo el capitalismo y el socialismo de estado, que podrían emerger a lo largo
de un camino de desarrollo diferente. Al sujetar a los seres humanos al control
técnico, a costa de los modos tradicionales de vida y restringiendo severamente
la participación en el diseño, la tecnocracia perpetúa de modos racionales las
estructuras de poder elitistas heredadas del pasado. En el proceso mutila no
sólo a los seres humanos y a la naturaleza, sino también a la tecnología. Una
estructura de poder diferente innovaría hacia una tecnología distinta, con
diferentes consecuencias. En el contexto de la tecnocracia, la agencia aparece
como un valor democrático central no sólo para las minorías excluidas, sino
para todos.
¿Se trata solamente de un largo desvío que conduce de vuelta a la noción
de la neutralidad de la tecnología? No lo creo así. La neutralidad remite
generalmente a la indiferencia de un medio específico para el conjunto de
posibles fines a los que puede servir. Si asumimos que la tecnología, tal como
la conocemos actualmente, es indiferente con respecto a los fines humanos en
general, entonces efectivamente la habremos neutralizado, situándola más allá
de posibles controversias. Alternativamente, se podría afirmar que la
tecnología como tal es neutral con respecto a todos los fines que pueden ser
técnicamente servidos. Sin embargo, yo no sostengo ninguna de las dos
posiciones. No existe algo así como la tecnología en sí. Hoy en día usamos esta
tecnología específica con limitaciones que se deben no sólo al estado de
nuestro conocimiento, sino también a las estructuras de poder que sesgan el
conocimiento y sus aplicaciones. La tecnología contemporánea que realmente
existe no es neutral, sino que favorece unos fines específicos y obstruye
otros.
La mayor implicancia de este abordaje se relaciona con los límites
éticos de los códigos técnicos elaborados bajo el dominio de la autonomía
operativa. El mismo proceso por el cual los capitalistas y los tecnócratas
fueron liberados para tomar decisiones técnicas sin considerar las necesidades
de los trabajadores generó una riqueza de nuevos “valores”, demandas éticas
forzadas a buscar su expresión discursivamente. De modo más fundamental, la
democratización de la tecnología trata de encontrar nuevas formas de
privilegiar esos valores excluidos y realizarlos en nuevas configuraciones
técnicas.
Es posible y necesaria una realización más completa de la tecnología.
Cada vez con más frecuencia somos alertados de esta necesidad por los
amenazantes efectos colaterales del avance tecnológico. La tecnología “se
contiene”, como nos lo recuerda Edward Tenner, con temibles consecuencias, dado
que los ciclos de feedback diferidos
que unen al sujeto técnico y al objeto se vuelven más prominentes (Tenner,
1996). El propio éxito que alcanza nuestra tecnología en la modificación de la
naturaleza asegura que estos ciclos se acortarán en la medida en que
perturbemos a la naturaleza más violentamente procurando controlarla. En una
sociedad como la nuestra, que está completamente organizada en torno a la
tecnología, la amenaza a la supervivencia es clara.
5. Resistencia
¿Qué se
puede hacer para revertir la marea? Yo afirmo que solamente la democratización
de la tecnología puede ayudar. Ésta requiere, en primera instancia, destruir la
ilusión de trascendencia, revelando al actor técnico los bucles de feedback. La difusión del conocimiento,
por sí misma, es insuficiente para lograrlo. Para que el conocimiento sea
tomado seriamente, el conjunto de intereses representados por el actor debe ser
ampliado, de modo que sea más difícil descartar el feedback proveniente del objeto sobre los grupos privados de poder.
Pero solamente una alianza de actores democráticamente constituida, que incluya
a esos mismos grupos, está lo suficientemente expuesta a las consecuencias de
sus propias acciones como para resistir desde el principio a los proyectos y
diseños perjudiciales. Una alianza técnica de carácter democrático, constituida
tan ampliamente, tomaría en cuenta los efectos destructivos de la tecnología
sobre el medio ambiente y sobre los seres humanos.
Los movimientos democráticos en la esfera técnica apuntan a constituir
tales alianzas. En mi exposición de estas resistencias democráticas me baso en
el trabajo de Michel de Certeau (de Certeau, 1980). De Certeau ofrece una
interesante interpretación de la teoría foucaultiana del poder, que puede ser
aplicada para resaltar la naturaleza dual de la tecnología. El autor distingue
entre las estrategias de los grupos con una base institucional sobre la cual
ejercer el poder y las tácticas de los que están sujetos a ese poder, quienes a
falta de una base para actuar de manera continuada y legítima maniobran e
improvisan resistencias micropolíticas. Notemos que de Certeau no personaliza
el poder como una posesión de los individuos, sino que articula la correlación
foucaultiana de poder y resistencia. Dicha correlación funciona notablemente
bien como un modo de pensar acerca de las tensiones inmanentes dentro de las
organizaciones técnicamente mediadas, lo cual no es sorprendente, dado el
interés de Foucault por las instituciones basadas en “regímenes de verdad”
científico-técnicos.
Los sistemas tecnológicos imponen el gerenciamiento técnico sobre los
seres humanos. Algunos gerencian, otros son gerenciados. Estas dos posiciones
corresponden a los puntos de vista estratégico y táctico, respectivamente. El
mundo se presenta de modo bastante diferente desde estas dos posiciones. El
punto de vista estratégico privilegia las consideraciones relativas al control y
la eficiencia, y busca saliencias (affordances),
precisamente lo que Heidegger le critica a la tecnología. Mi queja más básica
con respecto a Heidegger es que él mismo adopta irreflexivamente el punto de
vista estratégico sobre la tecnología para condenarla. La ve exclusivamente
como un sistema de control y pasa por alto su papel en las vidas de quienes
están subordinados a ella.
El punto de vista táctico de estos subordinados es mucho más rico. Es en el mundo de la vida de la sociedad moderna donde los aparatos forman un entorno prácticamente total. En este entorno los individuos identifican y persiguen significados. El poder está en juego solamente de manera tangencial en la mayoría de las interacciones, y cuando se convierte en un tema de discusión, la resistencia es temporaria y está limitada en su alcance por la posición de los individuos en el sistema. No obstante, puesto que las masas y los individuos están involucrados en sistemas técnicos, inevitablemente surgirán resistencias, que pueden pesar en el diseño y la configuración futura de los sistemas y sus productos.
Consideremos el ejemplo de la polución del aire. En la medida en que quienes son responsables de ella podían escapar de las consecuencias de sus acciones hacia los verdes barrios residenciales, dejando que los residentes urbanos pobres respiraran el aire inmundo, hubo poco apoyo para las soluciones técnicas del problema. Los controles de polución eran vistos como costosos e improductivos por aquellos que tenían el poder de implementarlos. Finalmente, un proceso político democrático, avivado por la difusión del problema y las protestas de las víctimas y sus abogados, legitimó los intereses expresados por las víctimas. Solamente entonces fue posible montar un sujeto social que incluyera tanto a los ricos como a los pobres y que fuera capaz de realizar las reformas necesarias. Este sujeto finalmente forzó un rediseño del automóvil y de otras fuentes de polución, tomando en cuenta la salud humana. Se trata de un ejemplo de la política del diseño integral, que conducirá finalmente a un sistema tecnológico más integral.
Una comprensión adecuada de la sustancia de nuestra vida en común no puede ignorar a la tecnología. El cómo configuramos y diseñamos las ciudades, los sistemas de transporte, los medios de comunicación y la producción agrícola e industrial es una cuestión política. Y hacemos cada vez más elecciones acerca de la salud y el conocimiento al diseñar las tecnologías sobre las cuales, de manera creciente, estarán basadas la medicina y la educación. Además, los tipos de cosas que parece plausible proponer como avances o alternativas están en gran medida condicionados por los defectos de las tecnologías existentes y las posibilidades que éstas sugieren. La afirmación, alguna vez controvertida, de que la tecnología es política parece ahora obvia.
6. Una aplicación de la teoría
6.1. Sujetos
terminales
Quiero
concluir estas reflexiones con un ejemplo con el que estoy personalmente
familiarizado, ejemplo que ilustrará, espero, lo fructífero de mi enfoque. He
estado involucrado en la evolución de la comunicación por computadora desde los
comienzos de los ochenta, como participante activo en la innovación y también
como investigador. Llegué a esta tecnología desde una formación sobre la teoría
de la modernidad, específicamente Heidegger y Marcuse, pero rápidamente se hizo
evidente que estos autores eran de poca ayuda para comprender la informática.
Sus teorías remarcaban el papel de las tecnologías en el dominio de la
naturaleza y los seres humanos. Heidegger rechazaba la computadora como el tipo
puro de la maquinaria de control en la modernidad. Su poder de
des-mundanización alcanza hasta al propio lenguaje, que queda reducido a la
mera posición de una tecla (Heidegger, 1998: 140).
Pero a comienzos de los ochenta fuimos testigos de algo bastante
diferente: la discutida emergencia de las nuevas prácticas comunicativas de la
comunidad online. Posteriormente,
hemos visto a críticos culturales inspirados por la teoría de la
modernidad reciclar el viejo enfoque para usarlo sobre esta nueva aplicación,
denunciando, por ejemplo, la supuesta degradación de la comunicación humana
producida por Internet. Albert Borgmann afirma que las redes informáticas
des-mundanizan a la persona, reduciendo a los seres humanos a un flujo de datos
que el “usuario” puede controlar fácilmente (Borgmann, 1992: 108). El sujeto
terminal es básicamente un monstruo asocial, a pesar de la apariencia de la
interacción online. Pero esa reacción
presupone que las computadoras son en realidad un medio de comunicación, si
bien un medio inferior, precisamente lo que se discutía veinte años atrás. Por
lo tanto, la principal pregunta que debe ser planteada se refiere a la
emergencia del propio medio. En tiempos más recientes el debate acerca de la
informatización ha tocado el ámbito de la educación superior, en el cual las
propuestas a favor del aprendizaje automatizado online han hallado una resuelta resistencia del profesorado, en
nombre de los valores humanos. Entretanto, la verdadera educación online está emergiendo como un nuevo
tipo de práctica comunicativa (Feenberg, 2002: cap. 5).
El modelo de estos debates es sugestivo. Los enfoques basados en la
teoría de la modernidad son uniformemente negativos y no logran explicar la experiencia
de quienes participan en la comunicación informática. Pero esta experiencia
puede ser analizada en términos de la teoría de la instrumentalización. La
computadora hace de una persona con todos sus atributos un simple “usuario” a
fin de incorporarlo a la red. Los usuarios son descontextualizados en el
sentido de que son privados de su cuerpo y su comunidad cuando están frente a
la terminal, para ser posicionados como sujetos técnicos aislados. Al mismo
tiempo, se revela para el usuario un mundo altamente simplificado, abierto a
las iniciativas de los consumidores racionales. Éstos son llamados a ejercer su
elección en este mundo.
La pobreza de este mundo parece ser función de la muy radical
des-mundanización que implica la informatización. Sin embargo, veremos que esta
no es la explicación correcta de lo que realmente ocurre. Pese a ello, la
crítica no es enteramente artificial; existen tipos de actividad online que lo confirman y ciertos
actores poderosos buscan reforzar su control a través de la informatización.
Pero la mayoría de los teóricos de la modernidad pasan por alto las luchas e
innovaciones que los usuarios dispuestos a apropiarse del medio llevan adelante
para crear comunidades online o
legitimar innovaciones educativas. Al ignorar o rechazar estos aspectos de la
informatización, tales teóricos recaen en un determinismo más o menos
disimulado.
El enfoque “posthumanista” de la computadora inspirado por los
comentadores de los estudios culturales sufre problemas similares. A menudo
conduce a centrar la atención sobre los aspectos más “deshumanizadores” de la
informatización, tales como la comunicación anónima, los juegos de rol y el
sexo virtual (Turkle, 1995). Paradójicamente, estos aspectos de la experiencia online son interpretados desde una
consideración positiva, como la trascendencia del yo “centrado” de la
modernidad (Stone, 1995). Sin embargo, tal posthumanismo es en última instancia
cómplice de la crítica humanista de la informatización a la que quiere
trascender, dado que acepta una definición similar de los límites de la
interacción online. Una vez más, lo
que se pierde es el significado de las transformaciones que atraviesa la
tecnología en manos de los usuarios, animados por visiones más tradicionales
que las que uno sospecharía a partir de esta elección de temas (Feenberg y
Barney, 2004).
La síntesis efectiva de estos diversos enfoques ofrecería un cuadro más
completo de la informatización que cualquiera de ellos por sí solo. En mis
escritos sobre este campo he tratado de conseguir eso. No parto de una
hipótesis acerca de la esencia de la computadora –por ejemplo, que ésta
privilegia el control o la comunicación, valores humanistas o
posthumanistas- sino más bien de un análisis del modo en que tales hipótesis
influencian a los propios actores, dando forma al diseño y al uso.
El mundo de la vida de la tecnología es el medio en el cual los actores
se involucran con la computadora. En él son centrales los procesos de
interpretación. Los recursos técnicos no están simplemente dados de antemano,
sino que adquieren su significado a través de estos procesos. A medida que se
desarrollaron las redes informáticas, las funciones de comunicación fueron
introducidas a menudo por los usuarios, más que ser tratadas como saliencias (affordances) normales del medio por
parte de los creadores de los sistemas. En el lenguaje de Latour, el
“colectivo” es re-formado alrededor de la discutida constitución de la
computadora como este o aquel tipo de mediación, responsable de este o aquel
programa del actor. Para que esta historia tenga sentido, las visiones en pugna
de los diseñadores y los usuarios deben ser presentadas como una fuerza
formativa significativa. Las disputas entre control y comunicación, humanismo y
posthumanismo, deben ser el foco del estudio de innovaciones tales como
Internet.
6.2. Educación online
Consideremos
el caso de la lucha actual en torno al futuro de la educación online (Feenberg, 2002: cap. 5). En los
últimos años, estrategas empresariales, legisladores, funcionarios universitarios
de alto nivel y “futurólogos” se han alineado detrás de una visión de la
educación online basada en la
automatización y la pérdida de capacidades. Su meta es reemplazar (al menos
para las masas) la enseñanza cara a cara, a cargo de docentes profesionales,
por un producto industrial, reproducible infinitamente a un costo por unidad
decreciente, tal como los CDs, videos o software. Los costos de la educación se
reducirían fuertemente y el “negocio” de la enseñanza por fin se volvería
rentable. Se trata de una “modernización” con una venganza.
Contra esta mirada, el profesorado se ha movilizado en defensa de lo
humano. La oposición humanista a la informatización toma dos formas muy
diferentes. Están aquellos que se oponen por principio a cualquier mediación
electrónica en la educación. Tal posición no apunta a la calidad de la
informatización sino solamente a su ritmo. Pero también hay numerosos
profesores que están a favor de un modelo de educación online que dependa de la interacción humana en redes informáticas.
Para esta posición prevalece una concepción muy diferente de la modernidad. De
acuerdo con esta concepción alternativa, ser moderno es multiplicar las
oportunidades y los modos de comunicarse. El significado de la computadora deja
de ser el de una fuente de información fríamente racional, para pasar a ser un
medio de comunicación, una ayuda al desarrollo humano y a la comunidad online. Esta alternativa puede ser
rastreada hasta el nivel del diseño técnico, por ejemplo, en lo que hace a la
concepción del software educativo y el papel de los foros de educación
asincrónicos.
Estas posiciones acerca de la educación online pueden ser analizadas en términos del modelo de
des-mundanización y desocultamiento presentado más arriba. La automatización
educativa descontextualiza tanto al aprendiz como al “producto” educativo,
liberándolos del mundo existente en la universidad. El mundo desocultado sobre
esta base confronta al aprendiz como sujeto técnico con menús, ejercicios y
cuestionarios, más que con otros seres humanos implicados en un proceso de
aprendizaje compartido.
El modelo de los profesores de educación online involucra una instrumentalización secundaria mucho más
compleja de la computadora en el desocultamiento de un mundo mucho más rico. El
posicionamiento original del usuario es similar: la persona frente a la
máquina. Pero la máquina no es una ventana hacia una tienda de información,
sino que más bien se abre hacia un mundo social que es moralmente una
continuidad con el mundo social del campus
tradicional. El sujeto terminal se involucra como persona en un nuevo tipo de
actividad social y no está limitado por un conjunto predeterminado de opciones
de menú al papel de un consumidor individual. El software correspondiente abre
el rango de iniciativas del sujeto mucho más ampliamente que un diseño
automatizado. Se trata de una concepción más democrática del trabajo en red,
que involucra al sujeto a través de un rango más amplio de necesidades humanas.
El análisis de la discusión en torno al trabajo educativo en red revela
patrones presentes en la sociedad moderna en su conjunto. En el ámbito de los
medios de comunicación, estos patrones implican oponer las
instrumentalizaciones primarias y secundarias en diferentes combinaciones que
privilegian o bien un modelo tecnocrático de control o bien un modelo
democrático de comunicación. De modo característico, una noción tecnocrática de
modernidad inspira un posicionamiento del usuario que restringe seriamente su
iniciativa potencial, mientras que una concepción democrática amplía la
iniciativa en mundos virtuales más complejos. Análisis paralelos de tecnologías
de producción y de problemas ambientales revelarían patrones similares, que
podrían ser clarificados, de maneras similares, en referencia a la perspectiva
de los actores.
7. Conclusión
La
filosofía de la tecnología ha recorrido un largo camino desde Heidegger y
Marcuse. Pese a lo inspiradores que son estos pensadores, necesitamos elaborar
nuestra propia respuesta a la situación en la que nos encontramos. El
capitalismo ha sobrevivido a sus diversas crisis y actualmente organiza al
planeta entero en una fantástica red de conexiones con consecuencias
contradictorias. Las manufacturas fluyen desde los países avanzados hacia la
periferia de bajos recursos, en la que se propagan las enfermedades. Internet abre nuevas y fantásticas
oportunidades para la comunicación humana, y es inundada por el espíritu
comercial. Los derechos humanos resultan un desafío a las costumbres regresivas
en algunos países, mientras que en otros proporcionan coartadas para nuevas
aventuras imperialistas. La conciencia ambiental nunca ha sido mayor, aunque no
es mucho lo que se hace para tratar desastres inminentes como el del
calentamiento global. La proliferación nuclear finalmente es combatida
enérgicamente en un mundo en el cual cada vez más países tienen buenas razones
para adquirir armas nucleares.
La construcción de una imagen integrada y unificada de nuestro mundo se
ha vuelto mucho más difícil en la medida en que los avances técnicos derriban
las barreras entre esferas de actividad correspondientes a las divisiones entre
disciplinas. Creo que la teoría crítica de la tecnología ofrece una plataforma
para reconciliar muchas corrientes, aparentemente conflictivas, de reflexión
sobre la tecnología. Solamente a través de un abordaje que esté orientado a la
vez crítica y empíricamente es posible darle un sentido a lo que está
sucediendo actualmente a nuestro alrededor. La primera generación de Teóricos
Críticos reclamaba una síntesis de este tipo entre abordajes teóricos y
empíricos.
La teoría crítica se dedicó por sobre todo a interpretar el mundo a la
luz de sus potencialidades, las cuales son identificadas a través de un serio
estudio de lo que es. La investigación empírica puede, en este sentido, ser más
que la mera recolección de hechos, y puede dar contenido a un argumento en
relación con nuestros tiempos. La filosofía de la tecnología puede reunir los
dos extremos –potencialidad y actualidad, normas y hechos- de un modo que
ninguna otra disciplina puede igualar. Debe desafiar los prejuicios
disciplinarios que restringen la investigación y el estudio a canales estrechos
y abrir perspectivas hacia el futuro.
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* Versión original en inglés. Traducción de Claudio Alfaraz (revisión de Diego Lawler).
[1] La referencia implícita remite al concepto de una mirada de tipo divino, “desde ningún lugar”. Si no fuera demasiado efectista, se podría reformular el concepto como un “hacer desde ningún lugar”, esto es, una acción entendida como tan indiferente a sus objetos como el conocimiento imparcial. [Hemos traducido el “do from knowhere” original del autor (donde el juego de palabras consiste en que “know” significa “saber”, o “conocer”) por “hacer desde ningún lugar”. En español, la frase pierde gran parte de la connotación original. (N. de T.)]